martes, 19 de enero de 2010

centenario de la revolucion
























































Emiliano Zapata nació el 8 de agosto de 1879. Fue asesinado a traición a la breve edad de 39 años en 1919, nueve años después de que había encabezado la rebelión en Morelos en contra de Porfirio Díaz. Seguramente es un error creer que los astros o los números puedan regir la vida y la muerte de un ser humano, pero la marca del 9” en la de Zapata es innegable.

La épica de Zapata, a 130 años de su nacimiento, merecería reflexiones más profundas y más críticas que las que nos han entregado sus principales historiadores. En principio, a los zapatistas de 1911 la celebridad les escatimó sus favores. Es probable que las batallas que libraron en Chinameca y Jojutla hayan sido tan decisivas como la que encabezaron Villa y Pascual Orozco en Ciudad Juárez para derrotar a Díaz, pero es claro que el precario compromiso entre Madero y Zapata inicia la historia trágica de la Revolución.

A Madero
, hacendado del Norte, criollo, liberal, la idea de expropiar tierras y entregárselas a las comunidades le parecía un reclamo menesteroso, inútil y anacrónico (contradecía el espíritu de la Constitución de 1857). Si había llegado al poder era para preservar la hegemonía de los hacendados ahora en un régimen democrático. Para Zapata, en cambio, la “restitución inmediata de las tierras” significaba la única exigencia que podía justificar y legitimar la rebelión contra Díaz. Madero le exigió a Zapata que depusiera las armas; Zapata le respondió: “Primero la tierra, después las armas”. Si se observa la brutal estrategia militar que empleó Madero para acabar con los rebeldes zapatistas, es difícil entender cómo es que su aura esté marcada desde esos años por el idealismo y la inocencia.

Una comparación somera entre Madero y Zapata habla de dos figuras diferentes no sólo por las culturas a las que pertenecen (el criollismo y las comunidades indígenas), o las regiones en las que se formaron (Norte y Sur), o las clases sociales que expresaron (los hacendados y la clase media baja del campesinado), sino más bien parecen provenir de planetas distintos. La de Zapata suponía algo más sencillo: entregar la soberanía de la vida entera (la tierra, el agua, las leyes, el lenguaje, las instituciones, la cultura, etcétera) a los “pueblos”, a los pequeños pueblos que Juan Rulfo describe en El llano en llamas y que albergaban a 70% de la población de aquel entonces. Dos utopías que fracasaron rotundamente, y que expresan acaso las propuestas más originales que fraguó la Revolución Mexicana.

Pa
ra Zapata, la tierra es sagrada, o sea perderla significaba perder el sentido de la vida. En rigor, nadie pudo con Zapata. Derrotó a De la Barra y a Madero, derrotó a Victoriano Huerta y sus terribles ejércitos, también a los intentos constitucionalistas de acabarlo.

El único que pudo con Zapata fue él mismo. Una vez distribuida la tierra, los campesinos morelenses lo dejaron solo en su lucha contra el carrancismo. Una lucha que prosiguió por visionario: creyó que el Artículo 27 constitucional no aseguraba el bienestar a los campesinos.

desde hace más de una década, la Revolución Mexicana ha ido desapareciendo del discurso político, y por consiguiente, de la memoria histórica. Y es que no se trata meramente de lo que quienes pretenden olvidar esta parte de la historia mexicana llaman "una superación al romántico encanto revolucionario", sino de un vacío, engreído y jactancioso ánimo de repulsión -de esas mismas personas- a los modernos ideales de equidad y justicia social que enarboló la gloriosa y bravía turba revolucionaria.

mexicanos de hoy se sienten ajenos a los principios revolucionarios de principios del siglo XX. Las nuevas generaciones degradan, o simplemente desconocen los logros de las generaciones anteriores: sin duda una actitud histórica natural y que nada sorprende. Lo que resulta doloroso, es que de eso se aprovechan los delesnables reaccionarios que como caricaturas conservadoras decimonónicas, se empeñan hoy en forjar un prototipo de identidad colectiva (e individual) totalmente tergiversado y sin objetividad histórica; basado en rebajar a los héroes y caudillos revolucionarios a "locos criminales" o a "ambiciosos bandoleros" y en llamar a "juzgar concienzudamente" la indefendible dictadura porfirista.

frivolidad del estátus de estas personas les hace olvidar que es gracias al movimiento revolucionario y a la transposición jurídica de sus principios, que hoy gozan de ese cómodo bienestar que les hace hablar con tal ligereza. De ahí la necesidad de concebir siempre a la Revolución como un proceso histórico inconcluso donde la regeneración y mejora se da en cada corazón de cada mexicano en el día a día, desde que amanece hasta que anochece. Y es que siempre la conquista de la felicidad implica una Revolución interior: una Revolución de nuestra consciencia que nos hace apreciar nuevos horizontes y nos invita a hacer realidad nuestros sueños. Una Revolución no sujeta a condicionamientos: UNA REVOLUCIÓN DE LIBERTAD. Todo esto festejamos también hoy los priistas. Sin embargo, resulta sorprendente y aberrante que los actos conmemorativos de esta fiesta sean hoy en día minimizados. Y es que este gobierno federal que se ufana en ser humanista, debe de dejar de desestimar la historia, so pena de ser víctima de tal olvido.

El dinamismo y la explosión de ideales y ambiciones que desde los hermanos Flores Magón hasta el General Lázaro Cárdenas marcaron la aventura diaria del transcurso -muchas veces contradictorio- de la Revolución, no deben ser subestimados, y muchos menos olvidados. Los logros -siempre inacabados y perfectibles- de la Revolución y sobre los que hoy vive México (derechos de los trabajadores, derecho a la educación y a la propiedad) no son obra de la generación espontánea, sino producto de un proceso dialéctico que protagonizaron orgullosamente y sellaron con sangre las indómitas ordas de Zapata, de Ángeles, de Orozco, de Villa. Un proceso que -gracias a Carranza, Calles y Cárdenas- nos legó las leyes y las instituciones sobre las que hoy México inevitablemente se erige y se desenvuelve. ¡Un proceso del que nuestro Partido es el legítimo artífice y también un optimista heredero!

Bajo los cimientos de nuestro Partido y de las instituciones que éste ha forjado, quedan pues el millón de osadas almas que dejaron su vida en ese impetuoso ciclón humano! ¡Ahí queda pues en homenaje el osario de ese millón de hombres y mujeres que configuraron ese intrépido, animoso y mortal torbellino! ¡Y aquí están hoy con nosotros esas ráfagas de justicia y esos perfumes de libertad que ellos nos han transmitido y que jamás podrán ser olvidados! ¡Y es hoy, hoy mismo, que estamos aquí los priistas -los hombres leales, honestos y agradecidos- para honrar su memoria y para perpetuar ese supremo ideal revolucionario! ¡Un ideal que gracias a nosotros permanece tan vivo y tan sincero como en 1910!

¡QUE VIVA ESTA GRAN FIESTA! ¡QUE VIVA LA REVOLUCIÓN MEXICANA!











No hay comentarios:

Publicar un comentario